Mi padre debería estar inquieto por algo. Faltaría plata, faltaría acción, un horizonte que se le venía encima, la nostalgia de Italia, una tortuga de agua que una mala intención había abandonado (con 40 grados de calor) en la piletita del andén (la piletita era más chica que la tortuga, y la habían metido de cabeza, como para que el agua le cayera de a gotas sobre la cabeza, como para que no se le deshidratara la cabeza, y la tortuga estaba allí, con 40 grados de calor, malamente acomodada, sin poder subir o bajar, atrapada entre los bordes, parecía una piedra mal encajada, un bebé a punto de abortarse a sí mismo, tan muda tan dura).

Creo que la tortuga se le atravesó a padre en sus días para que haya decidido lo que decidió.

Decidió abrir un bar.

Abrir un bar en el galpón de la Encomienda.

El galpón de la Encomienda era un galpón medianera por medio con el edificio de la estación. Estaba sobre el mismo andén, no tenía aspecto de habitación sino de abandono, piso de cemento y un mostrador enorme donde padre recibía la carga y descarga de bultos.

Atrás del mostrador, una estantería que ocupaba toda la pared, con casillas para guardar los paquetes.

A padre se le ocurrió abrir allí un bar.

Compró en un tatersall mesitas muy desvencijadas de latón, compró sillas arruinadas, pintó todo, compró unas bebidas y puso en la puerta (la puerta que daba para el lado de la ciudad) un cartel sandwich, una pizarra de esas que se apoyan en el suelo, donde decía: BAR.

Y nos puso a nosotras en una mesita afuera, cada una en una silla, sentadas con una Cocacola en el medio (nos dijo que nos quedáramos allí para atraer a los clientes, para que la gente se diera cuenta de que había un bar).

Yo trataba de tener la espalda derecha, como para convencer.

Lo que más había en el bar eran maíces y porotos, los maíces y porotos que los borrachos que venían al bar usaban para jugar... ¿al truco? ¿Se juega al truco con maíces o porotos? ¿O a qué jugaban los borrachos, los únicos que vinieron al bar de mi padre?

Yo trataba de no mirarle la cara, la cara que estaba atrás del mostrador. Tenía miedo a mi propia lástima, me daba lástima la lástima que me daba mi padre. Me daba lástima la sonrisa con la que sonreía mi padre, tratando de negar el fracaso.

Sonreía desde atrás del mostrador para disimular el espanto. Como si sonriendo no se pudiera entrar en la muerte. Sonreía y ponía las manazas sobre el mostrador. Las manos rojas y arrugadas con la piel resquebrajada de tanto ordeñar vacas, andar a caballo, puntear, sacar pasto, escribir telegramas, hacer señales, con la lluvia con el frío, componer reparar hachar matar comadrejas en la oscuridad a las tres de la mañana con la escopeta vieja y pesada, sacar miel de los panales (se le hinchaba la mano por las picaduras), limpiar el gallinero de la caca de las gallinas, de los patos, pavos también hubo, acarrear la basura hasta el gigante pozo que había hecho lejos de la casa, bajar con el balde de basura los escalones del pozo, bombear agua, vigilar el molino, el tanque de agua para el tren, atender el telégrafo, abrir las puertas de los vagones para que bajaran los perros enloquecidos de sed, perros que en todas las estaciones del camino la gente tonta y mala iba encerrando en los vagones, para sacárselos de encima, y papá abría la puerta de los vagones con la escopeta en la mano y mataba a los perros que estaban rabiosos y que en vez de abalanzarse hacia el campo se abalanzaban sobre él.

Después de un tiempo, padre aceptó que el bar no funcionaba.

Aunque de todos modos no dejó de sonreír.

Debe haber plegado las sillas y las mesas recién pintadas,

debe haber devuelto las botellas que no se habían tomado los borrachos,

habrá barrido los porotos y los maíces

habrá tirado el cartel

y nos habrá dicho a nosotras (a mi hermana y a mí)

que entráramos,

que ya es tarde,

que hoy no va a venir nadie

 

que nunca dejó de sonreír. Una sonrisa a mitad de camino con la lástima. La boca apenas curvada, la curva de la boca pidiendo permiso. Sin decidirse. Pidiendo permiso.

¡A quién carajo pedías permiso, padre, para sonreír!

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