Por Luciana Diomedi (*)
“El mismo tren que pasa por las vías
al lado de casa
algunas noches des-vía
y entra en la cocina
y mi padre se baja
se sienta a la mesa
y me deja este riel
en medio del pecho.” (Margarita Roncarolo)
La voz rasposa, vibrante, ronca, como su apellido. “Yo me llamo Margarita Roncarolo, ronca mucho, ronca todo” decía como carta de presentación y sonreía (1). Cuando hablaba, dejaba entrever esa pasión por la palabra que tanto la definía. Las frases salían de su boca, resonantes, cargadas de poesía.
Marga —como la llamaban sus seres queridxs— vivía fascinada por aprender y enseñar cosas nuevas. Transmitía esa curiosidad a sus estudiantes, lxs incentivaba a investigar, a buscar en su interior; según ellxs “era una psicoanalista aunque no lo sabía”. Fiel a su estilo medio punk, tenía una mirada disruptiva del mundo y se encargaba de expresarla mediante el arte, tanto en sus clases, como en su libro Rosa o Muerte o en sus presentaciones.
Había en ella un gran compromiso con la justicia y la política. Fue parte de la juventud de los años setenta que padeció la última dictadura cívico-militar. Tal vez por vivir en carne propia esa herida es que tomó las luchas sociales como bandera en su arte.
Su pelo iba mutando de colores a través de los años. En los 90 era de un rojo oscuro y en los 2000 se fue aclarando hasta llegar a un rosa clarito que se mezclaba con las canas. Según ella, el rojo era para la revolución, con el nuevo milenio y el llamado “fin de la historia” el rosa lavado representaba, entre líneas, que algunas luchas ya estaban saldadas. Esa era su propia declaración de guerra, narraba en uno de sus poemas.
El armario de su casa estallaba de ropa: tapados de piel de un peluche suave, pañuelos, telas sueltas, sacos bizarros, disfraces; pero no había prendas blancas ni de colores pasteles. En el cuello usaba un collar con la palabra CREO. Las uñas pintadas y el perfume intenso eran sus marcas registradas. Cigarrillo en una mano y el mate en la otra, mientras leía. Siempre en voz alta, porque para ella eso era una forma de ocupar el espacio y “ocupar el espacio es poder”.
La casa de Marga quedaba al lado de una estación de trenes en Chacarita. En el árbol de la entrada a modo de bienvenida colgaban unas telas de colores y un par de CD que nadie sabía quién había puesto. Cuando sus estudiantes llegaban la veían venir desde el pasillo que daba del patio al taller. Sacaba el mate que sostenía la reja del fondo y mientras caminaba sonreía anticipando lo que se venía: un encuentro en donde la creatividad y la expresión daban rienda suelta. Algunos de sus perros o gatos esperaban a las recibidas y los carteles iban asomándose: “la revolución es un sueño eterno” “calma, siempre calma”.
Sobre la hornalla de la cocina, donde siempre había una pava para el mate, tenía pegado un cartel que explicaba cómo calentar el agua. Con su afán de convertir todo en arte, ojos de peces, cuentas de cristal y olas salvajes eran las metáforas que describían los distintos puntos de hervor. En el baño del taller había un santuario literario con estampitas y muñecos cadavéricos colgados en la ventana. En el patio, los muchos animales que fueron pasando por la vida de Marga circulaban y corrían expectantes a husmear a las visitas. De la caída de un pedazo de pared había construido con los fragmentos del revoque una playa artificial. Los muebles del living rotaban con el correr de las estaciones: en invierno todos los sillones apuntaban a la estufa y en verano rotaban para tener la vista a la ventana.
Ese hogar que tanto cuidaba, servía de escenario para los encuentros que brindaba, era un espacio cálido, familiar, donde todxs se sentían bienvenidxs. Algunxs lo definían como una obra de arte, otrxs lo consideraban un refugio.
En el medio de la clase llegaba Hernán, el marido de Margarita. Su retorno era anunciado por los ladridos de los perros que se alegraban al ver a su dueño. A veces saludaba tímidamente y subía las escaleras a encerrarse en el segundo piso, es por eso que en broma ella lo llamaba “el señor de arriba”.
Los talleres de la tarde empezaban a las siete, aunque nunca tenían un horario fijo para terminar. “Para adolescentes con un infierno en la cabeza” decía a modo de slogan, y esa frase lograba poner en palabras lo que muchxs no podían.
Sus más de veinte años como maestra en el Instituto Vocacional de Arte (IVA) dejaron una importante huella en quienes asistieron a sus clases. Era profesora de Lectura y Escritura Creativa y se había convertido en un emblema de la institución. Muchxs de lxs que la conocían en ese espacio luego querían seguir descubriendo a esta mentora y continuaban el camino con ella en el taller de su casa.
Una vez, se paró frente al pizarrón de una de las aulas del IVA y con la tiza blanca anotó: “no me aumentaron el sueldo por tu ausencia, sin embargo el frasco de Nescafé me dura el doble y el triple las hojas de afeitar”.
— ¿Cuáles de las palabras de acá son del registro poético? — preguntó con su voz rasposa a una clase llena de adolescentes de finales de los noventa.
—Ausencia —dijeron algunxs a coro.
—¿Y no se puede hacer poesía con las palabras de todos los días? —retrucó Margarita. Porque la poesía de Margarita lograba salir de los lugares comunes, de las frases armadas. Buscaba la belleza, la excentricidad, en lo cotidiano. La escritura también le servía de herramienta política, le permitía operar como filtro de la realidad. Así nos contaba el mundo, su mundo, articulando y hechizando las palabras a su antojo. Como dijo alguna vez Pizarnik “la palabra tiene dos extremos: la música y el significado” (2) y lxs buenxs poetas son quienes saben jugar con ellos.
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Las gotas golpeaban contra el techo del taller, por los ventanales vidriados se veía la tormenta. Hacía varias horas que venían escribiendo, creando. Quienes estaban allí recuerdan ese momento como “una noche de lluvia, horror y muerte”, en donde después de la típica puesta en común la conversación giró en torno a los ataques de pánico. Uno de lxs estudiantxs comentó que hacía tiempo que estaba pasando por esa situación. Esa sensación de que la muerte se avecina, el aire comienza a faltar y el corazón late tan fuerte que parece que se va a salir del pecho.
A partir de ahí surgió un grupo de Facebook llamado “Panik Art”, un espacio para exteriorizar la angustia, los miedos; una forma de hacer catarsis y sacar afuera todo eso que muchxs guardaban adentro. La premisa era escribir desde el inconsciente, sin pensar, sin filtros previos. “Si te ha faltado el aire” era la descripción que invitaba a unirse a esa comunidad de “paniqueros”, allí el arte obraba de espejo, servía para desahogar y expulsar la tristeza.
Un año después, los textos que se gestaron en ese micro-mundo virtual se publicaron bajo la siguiente premisa: “El PANIK ART no es un libro, es una captura de pantalla. Captura de pantalla de un FB secreto (...)Escribiríamos allí lo que sentíamos quedaba afuera de la literatura bienpensante, de la literatura que celebraba el éxito la felicidad la fiesta infinita al alcance del capital o su contraparte simplificadora: el cinismo la ironía el desencanto el estar de vuelta del hedonismo ampliado.”
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Cuando Margarita se enteró aquel rumor de que el Che Guevara había muerto con el pene parado quedó fascinada. Enloqueció de tan solo pensar la metáfora enorme que escondía esa simple anécdota. Es por eso que logró que esa historia se refleje en un poema-objeto y con su facilidad para transformar todo en arte fabricó un muñeco idéntico al Che con un pene sobresaliente.
En otra ocasión ilustró las baldosas de su barrio con los nombres de lxs desaparecidxs, buscaba algo que lxs represente y a través de eso homenajearlos, conectar con su historia y mantener viva la memoria. La revolución, el arte, la política: todo aquello afloraba en sus creaciones.
Fiel a esa construcción de poemas-objetos, supo trasladarlos a la corporalidad. Se vio en su pelo a tono con la intensidad de las revoluciones de la época. Logró reflejar, además, la lucha por la ley por el aborto legal, seguro y gratuito vistiéndose completamente del verde oscuro que caracteriza al pañuelo.
Por otro lado, cuando incursionó en la técnica de teatro japonesa llamada Kamishibai, su principal objetivo era que “la palabra no se solidifique en un libro”, lograr expresarse con instrumentos alternativos. Una caja de madera con láminas de papel ilustradas en el centro era la actriz protagonista de esta obra. Margarita narraba la historia y construía un puente entre la poesía y las imágenes. Edificios en blanco y negro, collages con cuerpos de mujeres, angelitos, palmeras, el infaltable Che Guevara. Todo eso entraba en una simple caja de madera.
Su parábola se extendió también al mundo virtual, no solo sus poesías daban vueltas en blogs y perfiles de redes sociales, sino que en Youtube circulan varios videos de ella dando clases. “¿Qué es el surrealismo? ¿Cómo se escribe desde el inconsciente?”, explicaba en una de ellas. Prendía un cigarrillo con una caja de fósforos porque noencontraba el encendedor. Movía las manos con cierta ligereza, daba algunas pitadas y seguía narrando con mucha expresividad. “¿Por qué una palabra es una mala palabra?”, se preguntaba en otro video y mostraba su compromiso con deconstruir lo establecido. Hablaba con una naturalidad teatral, mirando a la cámara como si fuese una youtuber de años.
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“Vivía para inventar, la aburrían los caminos ya transitados”, dice Hernán Bianchi, su marido. “Me sentía en casa cuando estaba con ella”, “todas las personas que la conocieron fueron transformadas por su mirada del mundo” recuerdan algunxs de sus estudiantes cuando se acuerdan de ella y de su forma de ser. Y mientras la mencionan no pueden evitar que sus ojos se llenen de lágrimas.
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El día que Margarita llegó a la clase de Juan Osuna por primera vez, él no sabía quién era. Le sorprendió su forma de moverse arriba del escenario, cuando ella actuaba todxs se quedaban en silencio observándola, su presencia era hipnotizante. Después de convertirse en su profesor pudo conocerla más y crear un vínculo con ella. Recuerda que una de las primeras veces que la vio le llamó la atención su forma de putear, una característica no compatible con el clown, en donde te recomiendan transformar el vocabulario. Pero en la filosofía de esta poeta no hay malas ni buenas palabras.
El 28 de febrero de 2020 Margarita cumplió setenta. No solía hacer festejos en su día, excepto ese año que decidió hacer una reunión para mostrar parte del espectáculo que estaba armando. Había incursionado cada vez más en el mundo clown y junto con su profesor construyeron un unipersonal que reconstruía parte de su vida contada desde esta técnica teatral.
El tren servía de nexo para narrar la historia. En la cocina de su casa-collage-obra de arte mostraron un adelanto del proyecto que venían preparando todos los viernes desde hacía un tiempo. Lxs invitadxs miraban al escenario improvisado desde el living, atrás Juan hacía las luces con una linterna a la vez que reproducía la música con un celular. Contó de forma creativa parte de su infancia transcurrida en Rojas y Sol de Mayo. Habían pactado una pequeña estructura, sin embargo su esencia de payasa le permitió improvisar y salirse del libreto estipulado. Esa noche Marga brilló.
Paradójicamente su infancia reaparecía en ese proyecto que quedó inconcluso, y así su vida se torna circular, retoma sus raíces en su último cumpleaños, en su última creación.
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Todos los años, poco antes de Navidad, el día del angelito era un ritual infaltable. La casa de Margarita y Hernán auspiciaba como sede para llevar a cabo ese evento tan esperado por todxs. Ahí se juntaban lxs estudiantes de los distintos talleres, había edades diversas, amigxs de la pareja y hasta exalumnxs.
Empezaba temprano. Lxs que llegaban primero tenían la oportunidad de probar las recetas clásicas del evento: berenjenas al escabeche acompañadas de limonada o las tostadas con provenzal recién preparadas. Lxs que llegaban más tarde tenían menos suerte con la comida, ya que era probable que horas antes hubiera sido devorada por adolescentes hambrientxs.
Llegado el atardecer la casa se llenaba de murmullos y risas. El ambiente se tornaba festivo, con la melancolía que conlleva el fin de año mezclada a la felicidad que traía ese reencuentro anual. El clima de diciembre, con el inicio de las nochecitas veraniegas, muchas veces llevaba a que algunos grupos de personas charlaran en la vereda. Por lo que metros antes de llegar a la entrada, ya se podía ver la gran cantidad de gente que asistía al evento.
La tarea consistía en escribir en papelitos de colores los deseos que se esperaban para el año entrante. El frasco donde se depositaban estaba a cargo de Marga, quien lo decoraba con su toque creativo. Después abrían los papeles del año anterior, en donde se encontraban con un yo del pasado, en algunos casos olvidado. A veces puede ser difícil saber qué desear, pero según Marga, se aprende. El objetivo era proponer metas posibles, por las cuales trabajar durante el año. Deseos personales, planes de metas a futuro; o deseos colectivos, que acompañan el clima de comunidad de la casa.
La parte final de este pequeño ritual era la quema de los deseos “que no servían más”. Algunos papeles volvían al frasco, porque aún tenían una posibilidad de concretarse. En una cacerola antigua de hierro, los sueños ardían con el fuego que Marga se encargaba de prender. Allí, al ritmo del cajón peruano y algunos tambores, los deseos viejos se convertían en cenizas.
El día del angelito del año 2020 fue tal vez el más triste de todos. No solo por el contexto de miedo y angustia que traía consigo la pandemia, sino también por el hecho de que era la primera vez en la que Margarita no estaba presente. En una especie de homenaje y de reivindicación, sus alumnxs antiguxs y nuevxs organizaron la festividad sin ella.
La autodenominada “tribu rusa” partió desde la casa de Margarita y fue atravesando por distintas paradas —llamadas estaciones, en honor a su padre ferroviario y a los trenes que formaron parte de su vida— hasta llegar a un punto de encuentro: la “Estación Deseo” situada en el Parque Los Andes. Ahí fue donde se realizó el ritual típico anual; las estaciones, vías y trenes inventados se tiñeron de un rosa simbólico y esa tarde de diciembre pudieron despedir a la maestra que tanto les enseñó.
(*) Luciana Diomedi está cursando la Licenciatura en Comunicación Social en la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de La Plata.
Este texto lo escribió para un taller extracurricular de la facultad llamado "Taller perfil y semblanzas: cómo escribir/describir un personaje".
(1) AUTENTICAS #1 Retrato de Margarita Roncarolo producido por Casa Sofía. Auténticas es una serie de breves anécdotas de nuestras entrevistadas de la segunda temporada de Alternativas. Disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=6mFje27UxJc&t=7s&ab_channel=CasaSofia
(2) Pizarnik, A., Becciu, A., & Nuño, A. (2018). Prosa completa . Barcelona: Lumen