(Desgrabación textual de una charla de Margarita Roncarolo con Malena Saito)

¿Qué pasaría si cambiáramos el enunciado: el proceso educativo por el suceso educativo? Siempre se habla del proceso educativo... ¿qué pasaría si nosotros en los libros viéramos el suceso educativo? ¿Nos pondríamos muy nerviosos no? Porque uno en un proceso, con el perdón de la palabra, descansa. Ya se sabe cómo son los procesos: cosas largas en el tiempo, indefinidas, casi abstractas, meros enunciados, que el alumno sepa, que el alumno alcance, que el alumno llegue. Hay como un lugar común: se aprende, se alcanza, se llega a través de un largo proceso. O sea, como docentes podemos hacer la plancha, algún día en algún momento al alumno se le producirá el click y se iluminará. La cosa está casi por fuera de nosotros, de nuestra intención y de nuestro alcance. Hablo de nosotros como docentes. El aprendizaje deviene de un proceso e indefectiblemente más tarde o temprano se producirá una especie de acumulación indiscriminada, una sedimentación por capas, una lenta fermentación y acumulación de producto orgánico. Eso sería el proceso. Pero si hacemos el esfuerzo de situarnos a nosotros mismos como sujetos de aprendizaje y tratamos de acordarnos en qué momento de nuestra vida hemos alcanzado el estado de aprendizaje, nos encontraremos diciendo: “El día aquel en que el profesor entró y nos dijo”. Cuando pasó tal cosa, en ese momento supe para siempre qué o no se me olvidará jamás esa clase en la que... Y allí, en ese lugar ese día y aquella hora situamos el aprendizaje, un tiempo y un espacio precisos, una situación precisa, una acción, un gesto, una palabra, allí aprendimos.

“El aprendizaje no es del orden de lo comunicable, sino del orden del encuentro del acontecimiento”, porque un acontecimiento cambia los nombres y las cosas, nombra lo que no se sabia antes, el acontecimiento es un suceso no un proceso, por eso el aprendizaje exige fidelidad, un estar ahí en el instante mismo en el que sucede y es singular, el aprendizaje significativo solo lo es para un sujeto en una situación determinada. La cita anterior es de Estanislao Antelo, creo que es él quien dice que enseñar es dar un presente en sus dos acepciones, como regalo y como un ahora, un estar.

Al hablar de un proceso hablamos de tiempos y espacios y al hablar de un suceso también, porque el suceso que me conmovió a mí no lo conmovió a otro, otro suceso lo va a conmover. Digamos en eso es igual; tanto un proceso como un suceso tienen tiempos y espacios acotados a la singularidad del alumno, no hay ni pérdida ni ganancia. Pero a ver, ¿cómo te imaginás vos un proceso que te conmueva? Para que haya aprendizaje tiene que haber algo que me conmueva, que me mueva a mí a empatizar con el otro y a otro conmigo. Y no me imagino un proceso que me conmueva, hay días que me conmoverá y hay días que no.... y ya está, se abortó el proceso. No me imagino estar en estado de conmoción permanente.

Tampoco hay nada que te conmueva todos los días, sería insoportable vivir así. Después hay un proceso, claro, o no sé qué mierda será, pero la cosa es que ese acto que fue el suceso hizo que yo mirara al objeto de aprendizaje con interés, si yo no lo miro no hay proceso que valga.

Si yo lo miro y me conmociona, porque esa mina estaba conmocionada con su propio descubrimiento, eso no te quepa la menor duda, si a mí me conmociona yo quiero investigar eso.

En todas las clases del Instituto Vocacional de Arte (IVA) trataba de generar un suceso, era apasionante. Claro, aunque igual creo que es manejable, yo no tenía un programa que decir “ay, tengo que dar Cortázar”. Yo tenía objetivos. Que después del primer año los chicos pudieran expresarse con mediana claridad y responderse a la pregunta “¿es esto lo que quiero decir?”. Pregunta que nunca se habían hecho. Y ahí ni siquiera estamos hablando de literatura. Es un grado previo. Después en el LIEPA iba a empezar con belleza...

La crítica que yo tengo para hacerle al sistema es que nunca hacen que los pibes se interrogen sobre si eso es lo que los pibes quieren decir. Entonces yo escribo “mi casa es linda”. ¿Realmente vos querés decir mi casa es linda? ¿O algo más? ¿O decís eso porque es la forma aceptada legalmente? ¿Porque a la maestra le parece bien que digas eso? A lo mejor querés decir mi casa es un sendero de pedregullos o mi casa es una cagada y se llueve todo. Claro, pero vos preguntabas otra cosa. Sí, yo intentaba siempre, hay días que lo conseguía más y días que lo conseguía menos. Esto de que hubiera algo, después uno se da cuenta de que hay estrategias para eso. Una estrategia que yo siempre tenía en cuenta: nunca cerrar una clase sino era con una nueva pregunta. Yo cerraba las clases con dos cosas, una conceptualización de qué habíamos aprendido. Yo creo que si uno no puede verbalizar qué es lo que aprendió, no ha aprendido. Le preguntaba a los alumnos qué aprendimos hoy. Eso es interesante, porque no hay dos pibes que te digan lo mismo, ni en pedo. Uno te puede decir yo aprendí que hay un libro que vale la pena ser leído y otro te dice yo aprendí que todos los libros son una mierda, nada de lo que desplegó me interesó. Son dos aprendizajes válidos. A uno le darás una respuesta y a otro, otra. A uno le dirás perfecto, pero te desafío a seguir intentándolo. Y toda una cuestión que despliego sobre el tema del amor, como que el ser amado te habla al oído, montones de minas te hablan al oído y ¿por qué te enamorás de esa? Porque esa te dijo justo lo que vos necesitabas escuchar en ese momento de tu vida. Y con los libros pasa exactamente lo mismo, porque si no todos nos enamoraríamos de la misma persona y sería algo espantoso. Y con los libros sucede lo mismo. A ese le diré eso. Y al otro le diría genial, me encanta, hoy la pegamos. Pero lo más probable es que la clase que viene no la peguemos porque la felicidad no existe, la perfección no existe.

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